lunes, 7 de diciembre de 2015

El hechizo de mar

Por Madretierra

 

Ella había compartido con otros antes, siempre fue igual, siempre le gustó le gustó la energía abrazadora y sanadora, el vértigo, las cosquillas en la panza, pero nunca fue así. En aquel momento, quién sabe por qué, fue distinto.

 

La primera vez que lo vio era de noche, en el silencio él parecía más grande e imponente, pero pudo reconocer en aquellos breves minutos toda la inmensidad de su ser.

Tal vez fue el fuego que crispaba como deseoso o las mujeres entregadas a su alrededor, aquella fue una noche muy fuerte donde el dolor fue quemado en pos de una transmutación, niñas llorando dolores antiguos, quitándose capas de linaje sucio, oculto y sangriento, vestigios de penas guardadas generación tras generación, quizás fueron las lágrimas de sal de aquellas mujeres las que llamaron su atención, ella sólo sabe que cuando lo vio, él estaba allí como un oculto y silencioso espectador.

Fueron cuatro días, el romance sólo duro cuatro días, unas pocas horas que le cambiaron la vida.

Al otro día no se encontraron, pero ella lo escuchaba de lejos, lo oyó reír con carcajadas abiertas y sinceras, hasta creía verlo sacudirse el cabello al reír, no estaba segura. Más entrada la noche lo escucho contar una historia de otros tiempos, de nativos del lugar, de guerreros y doncellas indias en caballos negros y salvajes, de abuelos sabios que eran escuchados, de tribus hermanas que reunían en las sierras cercanas para unificar pensamientos y honrar a sus ancestros. Hasta creyó oírlo llorar en un murmullo calmo muy a la madrugada.

El real encuentro se dio el tercer día, aquella mañana ella lo escuchó gritar, muy enojado, lo conoció en su violencia, hasta parecía peligroso. Ella me confesó que le dio miedo, no sabía el motivo de su enojo pero el alboroto de su ira se hacía sentir, hasta los árboles, transmisores de su voz, repetían como un eco con ademanes escandalosos sus palabras. Luego se fue calmando y para el momento del encuentro la tormenta ya había pasado. Ella fue donde él, se paró delante, lo miró largo rato y él la dejo ser. Se miraron, se olieron, se sintieron, se reconocieron como dos seres vivos llenos de amor, el silencio fue su testigo. Él fue el primero en avanzar, la envolvió de los pies a la cabeza con su cuerpo entero, ella lo dejó; él la mojó y ella bebió néctar; él le susurró y ella sucumbió al llanto, plácida y entregada. Así fue como, entre fluidos salados y dulces, se selló este amor. Ella prometió volver, él prometió esperarla.

El último día se despidieron de mañana, con el sol entregando diamantes a los cuatro rumbos y un suave viento cómplice alborotándoles el alma.

No hubo palabras, sólo miradas, él le dio obsequios que trajo de sus viajes y tenía bien guardados, durante mucho tiempo, para la mujer de sus sueños; ella le entregó su rubí seco, cristal mágico interno, sangre de su sangre, brillo manifiesto de sus progresos, néctar de sus deseos.

Ella nunca volvió a ser la misma, piensa en el mar durante el día y durante la noche, siente un mar en su ser.

Así fue como el mar la hechizó.
 
escrito para la revista Mujeres Divinas

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